La verdadera riqueza queridos es el tiempo.
Tiempo para desvestirnos de la fábrica. Para dejar de funcionar, de ser útiles. Para no producir mercancías. Para no nutrir ninguna maquina.
Para distraernos, para ir a la cancha, para ver la novela, para ser estúpidos, para ser gente, para fundirnos en lo común, para aprender desde el asombro, para curiosear las bibliotecas más extraviadas, para entedernos, para conversar, para llorar juntos, para reír de lo menos sacro, para sentir esta vida antes de que nos aplaste el tiempo definitivamente.
Pero el tiempo por lo general lo vendemos, para comer, cubrirnos de la lluvia, darle cuidado a nuestros seres queridos, para tener un montón de cosas que creemos necesitar, para poder vernos el fin de semana, para ascender en una escalera imaginaria, para tener éxito. Pero por lo general y cada vez más, lo vendemos para poder llegar fin de mes en un país en el que casi nadie ni siquiera lo logra o lo logra con lo mínimo.
No olviden nunca que lo que tienen lo han conseguido operando cosas que les atraviesan en el cuerpo. Y que casi siempre esas operaciones las hacen para el dueño de las maquinas.
No olviden nunca de donde vienen. La sustancia del valor es el trabajo. No hay plusvalía sin trabajo.