A ellos les encanta hablar de los otros con solemnidad. ¡Ay! y si esos otros han sufrido, hacen un himno entonces.
Porque la solemnidad les permite construir estatuas, mártires impolutos, ídolos, ejemplos, santos que sufren y pagan por nuestros pecados. Así, pueden cargar entonces banderas y todos sabemos que les encanta ondear las banderas.
Que viva el mal gusto, que vivan las malas ideas y los chascarrillos. Es ahí, donde los dientes no están completos, ni las palabras bien dichas y todos los ridículos se viven sin vergüenza, que podemos conversar.