A mi me afectó mucho cuando mataron al gobernador de Granates del resguardo Kwes’x Yu Kiwe en Florida, Valle del Cauca.
Unos días antes, habíamos idos a entregar la exposición que hicimos allí. En el evento se alzaron orgullosos todos los pelaos que ahora dirigían el resguardo con él ya tradicional himno de la guardia indígena del CRIC guardia guardia fuerza fuerza. Digo pelaos, porque eso son, muchachos que no superan los 30 años, administrando lo que se puede administrar en un resguardo al que se llega en chiva, en moto o en paloma (así le dicen a esas Toyotas blancas de la institucionalidad) por las trochas de la cordillera occidental, cercado por las disidencias la Dagoberto Ramos, a donde cada escuela, cada metro pavimentado ha sido una conquista o más bien un arrebato a la desigualdad predispuesta.
Predispuesta por nosotros y por las alcaldías y las gobernaciones y las presidencias y los paracos y los guerrilleros y los soldados y los tombos y el racismo y la colonización y y y y y y y.
Me dolió, porque si ¿No me puede doler que maten a alguien al que apenas conocí?
Solo la familia es importante, y los mejores amigos, tal vez algunos de los otros amigos. Pero un indígena de esa loma ¿Qué era tuyo?
Me preguntaron por qué me dolió, yo traté de balbucear que era mi amigo, una mentira para justificar las lágrimas que se me habían salido en el bus a Santander de Quilichao. Polémica mi respuesta para quienes se preguntan por mi lugar de enunciación y mi origen o casi origen de La Ceja, Antioquia, putiada y reputiada de ignominia y olvido. No sos amigo de nadie, sos un contratista que siempre vuelve al aeropuerto con los tenis sucios, las memorias sd llenas y los formatos firmados, no más. Lo pienso mucho después y creo que me dolió por su nobleza o la que intuí en las palabras que cruzamos.
Perdón por no responderte la otra vez que me mandaste las fotos.
No pasa nada, venga le hago otra.
Le hice la foto y se ven un poco esos cachetes aporreados y secos por los ventarrones con los que creció en esas lomas.
La foto que le hice ese día no me gusta nada, se la hice con una camara 6x6 que apenas estaba aprendiendo a usar.
Me sonrió después de hacerle la foto y me dió la mano, quedé en que se las volvía a mandar por whatsapp. No alcancé a mandársela. Me demoré mucho.
Yo sabía que no me respondía por whatsapp porque estaba amenazado y no solía contestar números raros. Creo que me lo contó el secretario, o la líder de comunicaciones o el conductor de la camioneta o otro gobernador. No lo recuerdo. Pero sé que lo sabía porque en la entrada de Granates la otra vez las disidencias pusieron un tatuco que siquiera no mató a nadie, pero que ponía muy clara la situación allá.
Lo mataron cuando iba en una moto desde Miranda a Toribio, Cauca. Y con él, se fue un apretón de manos y unas palabras amables y el orgullo de ser el gobernador joven y la canción de la guardia y su puesto en la nueva organización que estaban armando algunos resguardos fuera de la Orivac y cuantas cosas más que nunca sabremos en ningún lado abajo de esos desfiladeros.
Que básico, solo conocí eso. Y tal vez solo me duele ver ese rostro que se me hace muy parecido al de mucha gente que conocí en el oriente antioqueño años atrás, cuando hacía más frío y uno tenía amigos que trabajaban cortando flores en esos cultivos que venden toneladas a Estados Unidos y salían de esas carpas y esos trajes hirviendo al viento helado de las cinco de la tarde que enfrentaban con su bicicleta para volver a la casa. Tal vez me recuerda a alguien que no sé bien.
Tal vez me dolió o me duele porque si. Porque una muerte así es triste ¿No?
