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Sebastiao Salgado

Sebastiao Salgado siempre es un tema complicado entre los amigos que se dedican decididamente a la fotografía, especialmente esos que parten desde el documental y que se han pasado repasando a los grandes nombres que nos han puesto en todos los libros occidentales de la historia de este oficio.

Es como si la belleza de sus imagenes fuera tan determinante que no nos permitiera hacer otras preguntas sobre su obra. La magnificencia de su trabajo es una luz de medio día fuerte y cegadora. Pero el problema con su trabajo no es la belleza de sus fotos en relación a los temas sobre los que trabaja.

A la final y aunque no nos guste admitirlo, la belleza, la preciosura de una imagen belica o del sufrimiento ajeno es algo que es difícil de evitar. Siempre se nos dice que una imagen muy bien hecha sobre el dolor de los otros es algo falto de ética, pero desde el principio mismo del arte, los pintores han retratado las guerras, los conflictos y cualquier crueldad con el histrionismo técnico que su era les permite. Las pinturas de Goya no dejan de ser hermosas por ser al mismo tiempo sobre un fusilamiento y así mismo las fotos de Robert Capa sobre el desembarco de Normandía no dejan de tener un encanto por ese ruido y ese movimiento que las caracteriza. La belleza puede incluso no ser una búsqueda, pero está ahí, incluso en los momentos más violentos de nuestra historia. Entonces que las fotos de Salgado sean preciosas no es su problema.

El nudo del problema es la relación del fotógrafo con quién es mirado, Salgado no indentifica con un nombre a las personas que retrata en sus fotografías y no entabla ninguna relación más que la necesaria para mostrar a las personas como maniquíes del sufrimiento humano, por lo general un sufrimiento africano y latinoamericano, un sufrimiento afro e indígena, pero también de inmigrantes y trabajadores. Salgado deja a los indefensos en esa condición, de indefensión, en sus fotos no hay agencia ni soberanía, solo víctimas de la crueldad humana sobre las cuales parece haber caído una maldición sin nombre, sin culpable. Sus temas abarcan tanto espacio, tanto tiempo, tratan de unificar tantos matices que pierden responsables y se limitan a apelar al sentimiento de estupor que mira maravillado la belleza y el absurdo de las muchas injusticias retratadas.

A veces esa incapacidad de guardar nombres, de mostrar a los otros solo desde el punto de vista del daño es común cuando se parte del fotoperiodismo que llega a cubrir una noticia y debe marcharse inmediatamente. El trabajo del fotoperiodismo, sobre todo en estos días tiene que ver con la inmediatez. Pero Salgado no es fotoperiodista y su trabajo si se muestra en un periodico seguro no será en la sección de las noticias del día, Salgado es exhibido en galerias y ferias de arte alrededor del mundo, Salgado trabaja para si mismo y sus coleccionistas. Salgado tiene tiempo, el tiempo para preguntar un nombre, un dato, para entablar relación con las causas sociales de cada lugar al que llega y activar no solo la mirada de quien padece si no de quien resiste.

En últimas el EZLN lo dijo en su Quinta Declaración de la Selva Lacandona:

Hermanos y hermanas.

No es nuestra la casa del dolor y la miseria. Así nos la ha pintado el que nos roba y engaña. No es nuestra la tierra de la muerte y la angustia. No es nuestro el camino de la guerra. No es nuestra la traición ni tiene cabida en nuestro paso el olvido. No son nuestros el suelo vacío y el hueco cielo.

Nuestra es la casa de la luz y la alegría. Así la nacimos, así la luchamos, así la creceremos. Nuestra es la tierra de la vida y la esperanza. Nuestro el camino de la paz que se siembra con dignidad y se cosecha con justicia y libertad.