En La Ceja todo parece progresar, se levantan esas torres de edificios en todos los bordes de los pueblos y ensanchan esos bordes para que se creen nuevos pasajes comerciales por los que pasen nuevas calles principales que den paso a nuevos edificios. De un momento a otro se me perdió ese bosque a donde nos escondíamos a tomar moscatel y a fumar mariguana, no sé cual unidad se lo tragó.
¿Cómo no nos pasó nada nunca?
Igual sigue ahí Prosocial, mirándonos fijo metido entre las curvas de la vía que tumbó las fincas que antes eran el limite del pueblo. Como una vergüenza familiar que todos conocen pero nadie menciona.
El día que llegaron, yo estaba en Surtimax o en el BBVA, haciéndole una vuelta a mi mamá. Tenía una bolsa en la mano y mucho afán por volver a Villa Laura. En pleno 2006 no tenía ni idea que por frente mío pasaban, en el desfile militar más grande que he visto en mi vida, todos los jefes del paramilitarismo en Colombia. Escoltados por todas las máquinas y los hombres del ejército y la policía.
¿Enceguecido por quien? Si yo no veía televisión. Enceguecido porque todos los estábamos. Porque si, porque la ceguera fue el éter de la violencia por muchos años. Delante de nosotros se prendían todos los fuegos y nadie los veía.
Todo progresa, hasta la limpieza social, que ya no necesita una fuerza armada para decirnos que este pueblo es cada vez mes menos nuestro y más de ellos.
Todo progresa, parece que se mueve, se pavimenta, se ensancha, se cimienta. El pasado, nosotros, los árboles, los pájaros que habitan los árboles, los ríos, mis amigos. Todo progresa.